Realidad ficcionalizada: el paroxismo del panóptico

3 03 2011

«Se miente más de la cuenta. Por falta de fantasía, también la verdad se inventa».

(Antonio Machado, Proverbios y cantares, XLVI, Nuevas canciones, 1917-1930)

«(…) ¿No será que la televisión está extendiendo su imperio hasta más allá de lo aconsejable? Y al hacerlo, ¿no nos estará imponiendo de manera prepotente su propia visión del mundo real? (…)»

(Luis Gruss, «La zona invisible de Gran Hermano», Le monde diplomatique, edición Cono Sur número 23, mayo de 2001)

Por: Carolina Roncarolo

«No creo que exista un símbolo más elocuente de la civilización del espectáculo, que es la del tiempo en que vivimos. Una ambición creciente impulsa cada vez a más gente a actuar de modo que escape del anonimato», sentencia Mario Vargas Llosa en un artículo publicado recientemente en el diario El País (19/9/2010). Y los medios de comunicación no escapan de esta creciente necesidad exhibicionista y espectacular. El célebre escritor peruano escribe con agudeza: «Para tener derecho a la existencia y a prosperar, los medios ahora no deben dar noticias sino ofrecer espectáculos, informaciones que por su color, humor, carácter tremendista, insólito, subido de tono, se parezcan a los reality shows, donde verdad y mentira se confunden igual que en la ficción».

¿A qué nos referimos cuando hablamos de estos «espectáculos de realidad ficcionalizada»? En su artículo «Ni realidad, ni ficción» (Clarín, 5/1/2001), el semiólogo Eliseo Verón puntualiza: «Lo de reality alude al hecho de que, en estos programas, personas ajenas a la institución televisión (ni actores ni personas socialmente notorias, sino una-persona-cualquiera que-mira-televisión) se transforman en personajes de un relato que los concierne en sus vidas privadas, personales, es decir exteriores a la institución televisión». La clave de estos relatos de vida es simple y clara: «producir pasiones «auténticas» (alegría, tristeza, enojo, etc.) en personas «reales» (que aquí quiere decir: personas que no tienen vínculo profesional con la institución, a diferencia de los actores), (…) sobre las cuales cada receptor proyectará los fantasmas de la construcción de su individualidad», especifica Verón.

Fragmento de la gala de expulsión de Gran Hermano 2011 (Telefé, Argentina). Una participante, Tamara Casasola, llora las penurias de su vida cotidiana. El resto de los jugadores, indignados ante el regreso del polémico Cristian U., desafían al conductor Jorge Rial

Pero cuando se trata de «realidad que supera lo ficticio», el show de la condición humana y la reiterada exaltación de los aspectos más básicos de la vida personal  no son lo único que cuenta. «Sus contenidos se centran en lo que he llamado referentes fuertes, de acuerdo con las famosas 3 “S” (sexo, sangre, sensacionalismo) -podríamos añadir: muerte-, (…) objetos que, por sus características extremas, fomentan el voyeurismo (el placer del ver por el ver) y alimentan el morbo (el deseo de ver cada vez más)», describe el académico Gérard Imbert.

El autor del ensayo «Telebasura: de la telerrealidad a la tele ficción, la hipervisibilidad televisiva», explica este último concepto: «Llama la atención la “sobrexposición” a la que se ven expuestos los objetos y sujetos (…) La hipertrofia del ver (“El Zoo visual”), remite a una mutación profunda en el régimen de visibilidad moderno: omnivisibilidad, transparencia, panóptico, dispositivos del ver todo, cuya cara oculta es la fascinación por lo invisible. ¿Qué es el morbo, sino una exacerbación del ver, un complacerse y también un jugar con él (con el deseo, la espera) y con la fascinación por lo no-visto (lo prohibido), hasta caer en una mirada perversa?»

Fragmento del debate de Soñando por bailar 2011 (Canal 13, Argentina). En la pantalla más pequeña, se exhibe la reacción de la novia del participante Hernán Cabana, mientras le mostraban el juego erótico que él  mantenía con su compañera Eugenia Lemos

Hemos dicho, entonces, que en los reality shows la mirada del espectador lo abarca «todo» (todo lo que sus realizadores deseen mostrar, atendiendo a las leyes del mercado: oferta y demanda). ¿Y quiénes son los que están frente a la cámara, «del otro lado de la pantalla», sometiéndose al ojo indiscreto del televidente? En un artículo de Le monde diplomatique (2001), el periodista Luis Gruss realiza un perfil del participante promedio, basándose en el caso Gran Hermano. «Los conejillos de Gran Hermano no están solos, sino rodeados durante las veinticuatro horas del día y en todos los sectores (incluido el inodoro) por 10 camarógrafos, 27 productores y asistentes, 30 cámaras, 70 monitores y unos dos millones de personas que los vigilan desde sus casas. Lejos de ser ingenuos, los elegidos le ponen precio al destape brutal de su intimidad. Ellos quieren fama y están dispuestos a mostrarse. Cada competidor es un actor, un director y un autor de su personaje. Cada uno escribe su propio guión en función de alcanzar sus objetivos. Lo que ellos temen no es ser observados. Lo que temen es el anonimato», describe Gruss.

Fragmento del relato de la historia de vida de Cristian U. (Gran Hermano 2011, Telefé, Argentina). Obsérvese cómo la música, los tipos de plano, el montaje, el tono y el ritmo de la narración del participante contribuyen a crear un clima intimista y hasta melodramático

«Si en la ficción realista los actores quieren parecer gente común, los reality shows se basan en la gente común que quiere parecer actor», escribe Damián Fernández Pedemonte en la revista Mediomundo (2001). «Estrictamente hablando, la intimidad es invisible. Sólo tiene sentido para sus protagonistas», sentencia el académico. Sin embargo, este formato promete mostrar situaciones espontáneas e intimistas («la vida en directo»). ¿Hasta dónde es posible preservar la «frescura» de las imágenes? Fernández Pedemonte advierte en su artículo: «La realidad resulta alterada por la imposición de un molde de ficción: casting, reglas de juego, selección de las tomas, edición. El guión sigue el criterio de mostrar de lo real aquello que parezca de ficción».

En una entrevista publicada en el diario La Nación (24/2/2007), el sociólogo Luis Alberto Quevedo concluye que la televisión es un discurso, pues «construye lazos con los otros, con las demás personas». Cabe preguntarnos, entonces, qué vínculos se irán entretejiendo en la trama discursiva de la «hipervisibilidad» televisiva actual. Parafraseando a Gérard Imbert, los vínculos propios de «una televisión especular en la que el espectador se contempla a sí mismo, transformado en un personaje casi de ficción, deformado por el espejo de lo grotesco, metamorfoseado por el esperpento en su propia caricatura».

Para seguir leyendo, una recopilación de textos consultados durante la realización de esta nota: